Queridos glotones,
Una nueva entrada en el blog para contaros la visita que he hecho esta misma mañana a un restaurante recomendado por un amigo: El Cielo, aquí en Bogotá.
Se trata de un restaurante de cocina moderna, del tipo de los que te ofrecen un menú degustación, sin ánimo de anticipar nada, como los que tienen estrella Michelín en Europa...
Como en el propio restaurante intentan inculcar desde el primer momento, se trata de algo más que un restaurante al que vas a comer, es más bien un lugar donde experimentar, como ahora os iré contando. La experiencia en sí, empieza con la carta, en la que aparecen los dos menús que tienen uno algo más largo, con 14 experiencias, y uno un poquito más corto, con 11 experiencias, que es el que pedí, en base a la siguiente información en la carta...
Como podéis comprobar, ya la propia carta es una firme declaración de las intenciones que antes os mencionaba, disfrutar más allá de un plato de comida.
Y después de una más o menos acertada interpretación, llegó la primera experiencia... me vais a perdonar que no hiciera foto de la misma, pero es que tenía las manos ocupadas. Se trataba de una pastilla de manteca de cacao y galleta molida, que hay que recibir entre las manos y estrujar, pues la pastilla de manteca estaba rellena de aceite de cacao. Una vez estrujada, se aplica sal rosa y el resultado, después de aclarar es que las manos quedan perfectamente hidratadas y muy suaves. Por supuesto, se podían probar los trozos de manteca de cacao (riquísimos!).
La segunda experiencia, ya más "tradicional", lo que podéis ver en la foto:
Una cánula de camu camu, una copita de durazno (melocotón), al que se le añade un chorrito de cava, una interpretación de la piña colada en vasito, junto con una panacota y en el cuenco, que no se ve, un buñuelo líquido, para comer de una vez.
A continuación, una trilogía conformada (de derecha a izquierda) por un tiradito de salmón, un crujiente de morcilla y otro de yuca, con maíz y cebolla.
Por último, dentro de los entrantes, una papa sabanera rostizada, con una especie de pico de gallo al que le vierten una crema de espinacas, para completar el plato.
A lo que se añade un pan típico con un toque un poquito picante (muy ligero), con textura y sabor parecido al brioche (almojábana si no recuerdo mal el nombre), y al que se acompañaba con una mermelada de guayaba y una mantequilla de avellana. Todo ello presentado sobre una tela típica de los andes, para darle un toque de lo más colorido...
Hasta aquí los entrantes, todos ellos con un denominador común, todos muy trabajados, buscando contrastes muy interesantes, tanto en sabores como en texturas, e impecablemente presentados y con un sabor excepcional. Aunque no debería, si tuviera que elegir, de todo lo mencionado hasta ahora, me quedo con la crema de espinacas y, sin duda, la mantequilla de avellana, ambos espectaculares.
Con esto cerramos el capítulo de los entrantes y pasamos al de los principales...
El primero de ellos, un pescado. Sobre una cama de alioli, una tajadita de corvina, y sobre ella, un "risotto" de quinoa (no es tal, pero os puede dar una muy buena idea de su textura), todo ello con un toque de romero. Y además de eso, aquí empezó el maridaje de vinos que había pedido, un Sauvignon Blanc de Chile (Montes, añada 2016), perfecto para acompañar el pescado.
Lo siguiente, una pasta...
... un ravioli líquido de gallina, acompañado de una crema de maíz, con un toquecito de mostaza. Para este plato, el acompañante elegido fue un vino rosado, mendocino, 100% malbec (Kaiken, añada 2015). Aunque no soy especialmente fan de los rosados, he de decir que este no estaba mal.
Y para cerrar, una carne: "Colita de cerdo"...
... que como podéis observar es un plato inspirado en el Cien Años de Soledad (y así te lo explican con un marcapáginas donde vienen los ingredientes del plato y el pasaje del libro en el que se inspira), consistente en unas mariposas amarillas de maíz, un trozo de cerdo cocinado durante 14 horas, acompañado de puré de ñame y una salsa de mandarina. El maridaje, de nuevo un vino de Mendoza, esta vez tinto, mezcla de uvas malbec, la predominante, petit verdot y bonarda (Kaiken Terroir Series, añada 2015).
Sobre los principales, increíble el la combinación del pescado y la quinoa, muy sorprendente el ravioli líquido y la crema de maíz, y deliciosa la salsa de naranja que acompañaba al cerdo. Una vez más, y sin ser un experto de la tradición colombiana, todos los platos tienen una seña de identidad inequívoca.
Y tras ellos, los postres. El primero de ellos tratando de ser una evocación del desayuno...
... completamente conseguido, con pan rallado y un helado de mantequilla, que nada más meterlo en la boca traía a la mente el recuerdo de esos caramelos de mantequilla que comíamos cuando éramos pequeños.
Después, otra oda a las tierras andinas: una base de chocolate, un helado de lulo y tiras de yuca. Sencillamente, impresionante.
Y para terminar, una galleta, rellena con una crema con un toque de vainilla, con la que hacer un juego de palabras un poco "picante", para terminar. Seguro que sabéis a lo que me refiero con el nombre de la galleta si habéis estado en Sudamérica (Argentina, Colombia...).
Antes de que se me olvide, todos los postres iban acompañados de un vino de Oporto, para completar la experiencia del maridaje.
Como resumen, en mi opinión, un buenísimo trabajo de Juan Manuel Barrientos, uno de los chefs más reputados de Colombia, con 33 añitos (os recomiendo que leáis sobre él). A mí, y esto ya es opinión personal, me recuerda en cierto modo al Dabiz Muñoz de sus inicios de Diverxo, así que creo que con eso está todo dicho.
En definitiva, una maravilla de experiencia de aproximadamente 2 horas, con un precio más que razonable para todo el trabajo y dedicación que se nota a los platos, y, por supuesto, su calidad. Sin duda, una parada obligatoria en Bogotá.
Que ustedes lo disfruten!
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